Queridas y queridos,
Los trajines de diciembre no me habían permitido contarles qué más me sucedió en la visita que hice con mi cuerpito astral a Pelotillehue, pueblo natal de Condorito –para los que quieran leer la primera parte de este tributo pueden hacer clic aquí-.
Sin embargo, me he abierto paso en medio de mi “apretada agenda” para narrarles lo ofrecido –eso sí, le pido perdón a Elchico D´Lentes por no acompañarlo a comprar ese detector de metales que quería para Navidad o ir con El Hombre Impermeable para que adquiera ese conjunto en amarillo fosforescente compuesto de gorro de nadador, lycra “extra-stretch”, guantes de hule para limpieza industrial y botas de goma de caña alta para caballero .
Resulta que en un punto del viaje mis pies astrales se asentaron sobre el piso firme de Pelotillehue y comenzaron a avanzar con gran determinación a un sitio que yo desconocía. La caminata no fue fácil en vista de que tuve que eludir a varios perros callejeros que hacían pis aquí y allá. El trayecto se complicó todavía más por las chicas en minifalda que circulaban por la acera y me provocaron un leve episodio de de “torticolis”.
No piensen que dicho percance en mi salud fue casual. De hecho los médicos han determinado que la “torticolis” – aquel “Espasmo doloroso, de origen inflamatorio o nervioso, de los músculos del cuello, que obliga a tener este torcido con la cabeza inmóvil”- es un mal frecuente en los habitantes masculinos de Pelotillehue. Es por estas razones que creo que fue aquí donde se acuñó la expresión “cuerpo escultural”.
Tras lidiar con las dificultades a las que me referido, mis pies astrales me llevaron hasta muy cerca de la ventana de una casa a través de la cual pude ver con mis ojos astrales a una señora entre 150 y 160 años de edad, delicado bigote, nariz de zanahoria raquítica y caderas de dimensiones planetarias. Con mis oídos astrales pude escuchar que esta dama se refería a nuestro querido Condorito como “el ordinario”. En una esquina apoltronado en un sillón y con cara de aburrido estaba quien supongo era su esposo: un sufrido personaje que respondía al grito de “¡¡Cuasimodo!!”.
Tengo fuertes indicios como para pensar que después de años de escuchar miles de “¡¡Cuasimodo haz esto!!”, “¡¡Cuasimodo haz aquello!”, este señor aprendió a utilizar su periódico como una barrera protectora para librarse de los gritos de su esposa y un instrumento para ausentarse mentalmente del planeta tierra.
De los muy famosos amigos de Condorito sólo pude ver de cerca a Ungenio González: Pelotillehuense de maxilar superior prominente, eterna gota de saliva colgando de sus dientes incisivos e inconmovible expresión de perplejidad en el rostro. No hay mucho que contar de esta aproximación a Ungenio, pues parece que siempre está buscando algo, sólo que no se sabe qué. Le voy a sugerir a Margarita “La Chica Intermitente” a que se decida –cosa harto difícil- a hacer una visita a Pelotillehue para conocer a Ungenio, quién sabe, tal vez podrían ligar considerando la tendencia de ambos a la dubitación crónica.
Le mentiría si les digo que tuve un encuentro frente a frente con Condorito, pero me parece haber pasado cerca de dónde estaba él. Estoy casi seguro que estaba sentado junto a una morena de “cuerpo escultural”, posiblemente su novia Yayita, en una banca de un parque por el que anduve. ¿Cómo supe que era Condorito? Pues aunque no pude ver su noble perfil de “pajarón” –así lo llama su rival Pepe Cortisona-, vi flotar aquellos hinchados corazones rojos que expele Condorito cuando está junto a una bella dama.
Descrita esta experiencia astral doy por concluido el tributo a Condorito, quien ahora se suma al cuadro de honor de homenajeados en el que están BiZarrO y Don Ramón.
Con afecto,
E.M.A.
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